Volto.
Había una vez, una linda expresiva... dejó la careta y mostró su sonrisa. Ya no suponen qué es de ella; ahora se muestra con lágrima vívida. ¡GRITA PRINCESA! Sonríe y lamenta, en la penumbra...
Hoy te traigo una historia, otra de princesas pero sin dragones ni príncipes que la rescaten. ¿Qué es de ella?
Hoy son letras. al final … dulce princesa…
Estaba allí, en ella. Inmersa en la complacencia de la danza, cada cotilleo, las risas, los brindis, la armonía, la glotonería, la sátira, de la mímica…
De la mímica…
«¿Cuál dolor?, hoy no hay dolor.»
Pensé que salir de ese lugar, me daría campo a la libertad; jamás quise que todo acabara, es la realidad; pero fue inevitable sentir como se resbalaba. No pude ocultarlo más, no pude hacerlo, es la realidad. Ahora heme aquí, tras los guiñapos del último festín, tras los desgarres de las hebras y los tejidos carnosos; heme aquí, tras la vergüenza de no querer, pero ser; tras la sinvergüenzura de fallar en lo único que nos pedían para poder hospedarnos en el glorioso de la causa.
«¿Cuál dolor?, hoy no hay dolor.»
La amaba tanto, era tan plana e inexpresiva; tan expresiva como reveladora de toda idea errónea; tan errónea como la validez de una cuenta; la cuenta de no ser lo que se pensaba ser, desde la primera época de antaño en el palacio.
Algunos la decoraban, y aún así se veía insípida; otros la dejaban con su blancura, y siempre reflejaba la lobreguez; unos la cargaban con la mano, el soporte trasero no permitía el peso; los que tenían la cinta incrustada en el cráneo, podían parlotear como focas en un sutil espectáculo, ante la plenaria de una retórica.
¡Que espectáculo!, ¡qué maravilla!
«¿Cuál dolor?, hoy no hay dolor.»
Era tan inmensa que no alcanzaba la vida para disfrutar de cada cuarto, los escalones, las paredes tapizadas, los azulejos siempre estropeados, los portones ambiguos, la escultura que gritaba –¡Aaaah! –, de los miradores ilusorios, de los conductos sanos, ni mucho menos del recinto de todo convite.
El salón… el gran salón…
«¿Cuál dolor?, hoy no hay …»
Era verdad que no había luminosidad natural, pero, la luz falsificada y el pedazo de los amaneceres, siempre estaban a disposición de los horarios designados a cada sector. Lo teníamos todo, ¡todo!
La sección que era de ensueños: la sala de cuadros. (la escultura que gritaba –¡Aaaah!)
Era la mejor habitación de esa mansión. La sala de cuadros.
Dónde todo desertor de la manda, de aquella inmensidad: había sido destronado, o en su defecto había dimitido de indivisa complacencia. Todos allí, en un espacio especial, titulado: POVREZ ANIMMALEX. Aquellos que se mostraban: eran unos ineptos, desagradecidos, desgraciados, desmedidos. ¿Cómo podías dejar las comodidades, los aposentos, la asociación (la escultura que gritaba –¡Aaaah!), el calor, la dicha de cada diversión y el alba de cada pasar las veinticuatro horas?, todo por el frío del allá. De lo incierto. De lo triste.
¿Era tan difícil la ligereza de vivir?
¿No podías simplemente guardar ese capricho sináptico para otra oportunidad en tu ida al limbo, en otra vida, en alguna desgracia ajena a tu generación actual?
Aquellos que se habían marchado no habían vuelto jamás, y para aquellos que con un pie al frente y otro atrás del quicio: tuvieron la duda, … bueno, con aquellos, sólo pocos recapacitaron en última instancia.
«¿Cuál dolor?, hoy no hay ...»
La única condición para estar en la mansión, era la máscara. La máscara… Aquella que subrayaba el anonimato y daba el declive del libre albedrio, de poder elegir la perfección errando al tiro - del otro. «La veneciana… Oh, hermosa veneciana, ¡te he fallado!, mi carga se hizo visible y no pude aguantarla más; los imbéciles del ala central lo han notado, los Moretta; con sus ojos acusatorios, sin una palabra y con mucha labia en unos ojos vacíos, infértiles, avivados… las mujeres de largas lenguas, las féminas de instinto agregado; aquellas, aquellas me han fallado… no pude cerrar con llave antes de que llegara la guardia Bauta.» Con la máscara cualquiera era feliz, cualquiera era desdichado, cualquiera estaba enojado, cualquiera era un agraciado. Algunos hablaban, las mujeres por supuesto: callaban. El bufón de un Arlecchino, la Zanni bailarina danzante de categoría.
Cualquiera era la ideal forma de un concepto estructurado.
«Pero… Me pudieron ver… ¡me pudieron ver!... los del ala central corrieron el rumor, que la pobre alma del baño desertor, marcaría el fin de la generación Volto; no me dio tiempo de los bebedizos, de aquellos revueltos de aromas preventivos; el médico de la peste, no era tutto mio, tal vez mi amado, más no mi protector de ruedo; la madre la desprecia, y el padre la niega, no tiene hermanos ni hermanas que la defiendan; todos han desaparecido pero nuevas caras han surgido en otro sector. ¿Serán ellos, los nuevos Moretta, de aquel que miró?
¡Madre!, ¡Padre!, soy yo…»
«¿Cuál dolor? hoy no hay…»



La máscara veneciana, la que permite a los ciudadanos encubrir sus identidades y deleitarse de la liberación y el anonimato. Este anonimato permitía a las vidas, (sin importar su clase social, no tenían color, raza, género, su, su… su, ¡cómo duele el cerebro!), comportarse y relacionarse de maneras que normalmente no serían aceptables. Debí ser un Moretta, uno de lengua cortada y labios apretados, esos que, con su mirada, dice más que… no, no, no, un Moretta no… tal vez un bufón: como la categoría Arlecchino o tal vez la Zanni. La simplicidad y el impacto visual de nosotros los Volto nos han convertido en una de las máscaras más reconocibles y significativas en la cultura. Volt-aithér lo ha dañado todo, no pudo ocultar más su…
«¿Cuál dolor?, hoy no hay ...»
«Baila, baila…noble princesa,
Al clamor de la
Jerga antigua.
Olas, vienen, van y se estrellan.
La princesa Volto-
Aithér, no reprimirá… baila, baila, noble princesa,
Sangre, dulces, y chinches aprietan,
Oh, princesa… que mala vida.
No lo sueltes, guarda la jerga antigua.
Rumia y rumia en la cocina.
Ingratos aquellos que los desprecia,
Sangres, dulces, y chinches aprietan.
Al clamor de la jerga antigua
La noble princesa:
Aithér, camina.
Danza y goza al par de la manecilla.
Esa careta pesa y fastidia.
Sí, princesa, llegó tu hora.
Dice las lenguas que es la anatema.
Ingratos aquellos que la desprecia,
Con clamor, ¡GRITA PRINCESA!
Ha. Ha. Ha. Ha. Ha.
Aithér-Volto, aquella de seda…
Adiós, princesa deja la fiesta.»
~Clairen. ⚘